jueves, 4 de octubre de 2012

Una tortilla española, supongo

Un gato espera su tortilla española
Es fácil fantasear sobre el encuentro entre el doctor David Livingstone y el explorador norteamericano Henry Stanley. El excéntrico médico escocés seguramente no sabría nada de la inquietud que su desaparición causó entre los medios occidentales, tanta como para que el New York Herald organizase una expedición de socorro. El doctor se había entregado a la lectura compulsiva de la Biblia (afirmaba con vehemencia que había sido capaz de leerla en cuatro ocasiones) mientras disfrutaba de las maravillosas vistas que le ofrecía el lago Tanganika. Cuando Stanley le localizó en la irrisoria ciudad de Ujiji (con todo mi respeto y consideración a mi legión de lectores tanzanos), Livingstone quizás se sorprendiese de la expectación generada por su desaparición. Tendría una cara de asombro incontenible, con los ojos como platos y sin poder articular palabra. Algo así le ocurrió a Angry Omelette cuando leyó con estupefacción en la carta de un restaurante bosnio que se ofrecía Spanish tortilla como entrante. No daba crédito.

 
La "tortilla española", en cuestión

A Angry Omelette le embarga un espíritu intrépido y aventurero que le hace recorrer los parajes más inhóspitos haciendo de la exploración su leitmotiv. No duda en exponer su existencia a los peligros más insospechados, crueles y salvajes, siempre confiando en las bondades de su misión vital: convencer al mundo de las bondades básicas y fundamentadas de la tortilla de patatas como verdad suprema que rige los destinos universales.

Con este loable motivo como bandera, Angry Omelette emprendió su primera campaña exploratoria en busca de nuevas tortillas de patatas. Encaminó sus pasos hacia algunos de los últimos rincones vírgenes del viejo continente europeo. Desembarcando en la costa dálmata, no dudó en integrarse entre los nativos del lugar disimulando su extranjería con inusitada habilidad. De hecho, decidió emplear los medios de transporte locales, con el riesgo que ello conlleva, para adentrarse en lo más profundo de una de las regiones más misteriosas de Europa, con ese hálito un tanto romántico que todavía desprenden sus ciudades y aldeas: los Balcanes. Después de un último contacto con la asfixiante realidad turística de Dubrovnik, la aventura conducía hacia la ciudad de Mostar, capital de la Herzegovina, en pleno corazón de la actual Bosnia.

El restaurante Dado, en Mostar
La ciudad todavía recuerda que fue doloroso escenario de la brutal desintegración de Yugoslavia. Sus calles guardan como viejas cicatrices que nunca sanan los numerosos restos de edificios mutilados y marcados por metralla, morteros, cohetes y todo tipo de proyectiles disparados desde las altas montañas que encierran la antigua ciudad. Veinte años después, Mostar todavía trata de salir de esa larga pesadilla que la incompetencia de los gestores políticos propios y ajenos pretende prolongar. El turismo es la baza que la ciudad puede ofrecer, intentando sobrevivir de las migajas llegadas desde Dubrovnik. En ese panorama, en torno al antiguo puente reconstruido recientemente, se ha articulado todo una oferta hostelera con la recomendable pero no dietética gastronomía bosnia.

Detalle, carne de buey de la tortilla española
La sorpresa de Angry Omelette fue mayúscula cuando, recién sentado a una agradable mesa escapando del calor sofocante en una terraza del Restoran Dado, pudo leer en la carta, en el apartado de entrantes, Spanish tortilla. Con la perplejidad en su rostro, no podía cerrar la boca, exageradamente abierta en clara señal de sorpresa. ¿Cómo podía ser que hubiese tortilla española en Bosnia, en Mostar concretamente? ¿Qué destino bienaventurado, qué hado milagroso forzó la casualidad para que se sentase ante esa mesa convertida en altar del buen gusto y el saber hacer elegante y suculento? No podía encontrar razones lógicas que explicasen la presencia de una TORTILLA en una carta de un restaurante bosnio. Quizás la prolongada presencia de las tropas españolas en la ciudad… pero tampoco era razón convincente. Dada la dificultad para entenderse con los camareros, lo mejor era probar la tortilla en cuestión… ¡Nervios! ¡Expectación! ¡Desenfreno culinario! 

Deliciosa... pero no era la "tortilla" deseada

Resultado: ni española, ni tortilla, ni siquiera patatas haciendo acto de presencia en ninguna parte. De hecho, aunque con cierta reticencia, parecía más bien una tortilla de esas… la indigna e innombrable, vaya. Sobre una base de huevo, se repartían diversas verduras y champiñones. Todo ello salpicado con algunos trozos de carne de buey a la parrilla. Es verdad que el sabor era excelente y que Angry Omelette disfrutó como nunca semejante “tortilla española”. Pero reinaba cierta decepción en el ambiente… Menos mal que Angry Omelette perdona todo a los bosnios y encuentra justificación a todo lo que hacen. La búsqueda de nuevas tortillas de patatas debía seguir…

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