La tortilla del fondo ni siquiera era de patata, era de ¡¡verduras!! Fotografía: Territorio Tortilla |
Muchas veces se me ha acusado de benevolente. Se consideran que mis crónicas son permisivas con todos los locales que visito en mi trabajo de campo. Quizás estas acusaciones sean excesivamente severas teniendo en cuenta que, por el momento, no he tenido la mala suerte de sufrir los avatares e infortunios de una tortilla de patatas siniestra. Aunque también es cierto que me he encontrado con algún ejemplar que me ha horrorizado tanto como para borrar toda la documentación gráfica recolectada en el antro en cuestión y pretender olvidar así esa tortilla de patatas. Sin embargo, esta vez no he podido pasar por alto la infamia que sufrí el pasado viernes noche. Me considero de crítica mansa, sensible a las particularidades y peculiaridades propias de cada bar y sus trabajadores; sin embargo, por aquí sí que no paso. Ya no se trata sólo de hacer la peor tortilla de patatas del mundo; es la poca vergüenza no sólo de patear una receta milenaria y tan nuestra, sino de humillarla y despreciarla con todo tipo de escarnios e inmundicias. ¡Dios! El horror.
Una palabra define esta imagen: humillación Fotografía: Territorio Tortilla |
Básicamente entregaría al cocinero a cualquier tribunal internacional por delitos contra la humanidad, contra los derechos humanos. No sólo se conforma con hacer “eso” a la tortilla de patatas en cuestión manchando su buen nombre; encima, se regodea, disfruta con la humillación cruel, con la tortura brutal, la sorna y el escarnio público.
Puedo comprender una tortilla de patatas mala, del día de ayer del mes pasado, seca y reseca sin gracia ni sabor, ejemplares que rondan determinados locales (curiosamente existe una relación directa entre este tipo tortillero y las franquicias) pero nunca justificarlo. La medida adoptada ante este vomitivo asunto no es otra que no volver nunca más al local en cuestión y ya está… todo solucionado. Para eso están las grandes bondades de la ley de la oferta y la demanda. Todo sería mera anécdota, mera historia que con el tiempo está llamada a olvidarse en el oscuro pozo de la ignominia. Sin embargo, el chef, por llamarlo de alguna manera, decidió probar suerte con los falsos artificios y pensó que, siendo los comensales de poca inteligencia o estando sus sentidos abotargados por el exceso de alcohol y las ofertas, tan de moda, de cubos de fregar vintages llenos de botellines de cerveza, podría disimular su nefando pecado para con la tortilla mediante burdos engalanamientos y falsas vanidades que, nada más lejos de la realidad, lo único que consiguieron fue aumentar mi ira ante la afrenta que tenía lugar ante mis ojos.
Fue necesario un segoviano para superar el disgusto tortillero Fotografía: Territorio Tortilla |
Había matado a la tortilla de patatas, sí. Pero se había recreado con una crueldad intolerable en su lenta agonía, haciendo mofa de su fallecimiento entre sus manos miserables. No contento con presentar al público una tortilla nefanda, seguro que insalubre, decidió disfrazar su penosa ejecución con oropeles mentirosos y embaucadores que lo único que hacían era ocultar la triste realidad tortillera. El cocinero decidió que debía presentar la tortilla empalada salvajemente por un recio mástil coronado por un langostino rebozado en aceite curtido en mil batallas; para más INRI, insufló en la tortilla una mezcla llamada ensaladilla de marisco intentando recuperar una frescura perdida hace tiempo mediante el ingenuo engaño de la salsa mayonesa ¿Qué había hecho esa pobre tortilla en una vida anterior para ser condenada al fuego eterno? No se conformaban con haber acabado con el sueño de una tortilla sabrosa, suculenta y apetitosa; además se mofaban ridiculizando el ejemplar con el particular sambenito marinero (otra desfachatez que pretende confundir marisco con surimi y palitos de cangrejo). Ni siquiera tuvieron la vergüenza de dejarla descansar en paz, ultrajada en su eterno reposo.
Creo que es justo que me reserve el nombre del bar. Sólo daré una pista: cuidaos mucho de las franquicias que pretenden recrear ambientes anglosajones y sólo logran crear cierto tufillo del smog londinense; por cierto, aborrezco cualquier local que te obliga a guardar los palillos como peaje para lograr comer un pincho recalentado.
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