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¡Gloria eterna a los bares que ponen tapa gratis! |
Los padres de la actual Tecno – Rumba son Los chichos. Ese mítico grupo fue banda sonora de los atormentados años ochenta, de veloces e intrépidos delincuentes que a lomos de vetustos seats eran perseguidos por bigotudos policías de riguroso uniforme marrón del que surge aquello de “los maderos”. Y ahora, en el siglo XXI, Los chichos ya forman parte del Olimpo de la Rumba española consiguiendo algunos de los Greatest Hits de gasolineras, estaciones de servicio y casetes. Los chichos representaron esa rumba melódica y a la vez marchosa que alternaban los temas sociales, relacionados con el mundo de las drogas y la cárcel, con los asuntos amorosos. En su amplia discografía, de la que han llegado a vender veinte millones de álbumes hasta el día de hoy según cuenta la Wikipedia, hay una canción de esas que se ha convertido en cántico generacional y regional; una de esas melodías pegadizas que te acompaña a lo largo de todo el día y que entonas acompañándola de torpes palmas; una balada única capaz de ponerte los pelos como escarpias: Bailarás con alegría.
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Vino, caña, tortilla de patatas... |
Hay dos momentos esenciales, principio y final, alfa y omega, en ese himno rumbero: el primero nos obliga a releer esos versos en los que afirma rotundamente que quiere mandar en la vida de su amada (para otro momento dejaremos el componente un tanto machista de la letra) y tener con ella un niño marinero. No entiendo muy bien lo del niño marinero aunque me parece entrañable, quizás una alusión a un futuro feliz celebrando la Comunión del niño fruto de ese amor tan pasional y desbordado. Esta es la letra en cuestión…
Yo quisiera ser el dueño
de los remos de tu amor,
el capitán de la nave
el que manda en estribor,
poder casarme contigo,
tener un niño marinero;
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Combinación perfecta |
Y el segundo momento nos llena de emoción. Son muy pocos los artistas que nos trasladan a un mundo mágico donde los sentimientos se mecen al son de las notas y las melodías. En los estertores de la canción Los chichos nos hacen creer que la canción ya está vencida y la música se diluye en la lejanía, en un letargo agónico y cruel, sin pena ni gloria. Cuando, de repente, el inconfundible y sorpresivo sonido de un órgano Casio levanta el tema y nuestro espíritu reconduciendo la canción con nuevos bríos, llevándonos a un momento puramente orgiástico, ritual y catártico, haciéndonos entonar con alegría desmesurada aquello de…
Son son, para que tú las bailes,
son son, para cantarlas al viento...
Desde aquí nuestro más sentido homenaje a Los chichos y a esas largas horas de viaje en las que sus cánticos me sirvieron de eficaz compañía.
Como es de suponer, a la altura de una canción de esta categoría sólo puede suponerse una tortilla de patatas de categoría. Al fin y al cabo música y tortillas de patatas comparten categoría de bellas artes.
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¡Gracias por las tapas! |
Esta loa y gloria a Los chichos viene a colación de una reciente franquicia que visité en la ciudad de Valencia: Aire Andaluz, es más que evidente la fuente de inspiración, donde es posible comer las típicas tapas “made in Spain” y beber en barra. Este último asunto, que puede parecer algo cotidiano y lógico para cualquier taberna que se precie, no es baladí en Valencia, donde el vino o la caña de pie, orillados en la barra y mirando directamente a los ojos del tabernero, no se estila. Ya conocía el bar en cuestión bajo otra denominación (Las cuevas de Granada, creo recordar), pero el cambio de franquicia me animó a probar las ofertas de los nuevos dueños, más sabiendo que anteriormente con la consumición ofrecían una buena tapa, otra anomalía en tierras valencianas. Fantástica sorpresa ver que el vino se acompañaba de tapa. Más grata aún fue descubrir dos trozos de tortilla de patatas, de un tamaño apreciable para tratarse de un obsequio de la casa, con un chusco de pan. La tortilla, qué decir, ni buena ni mala, dentro de la mediocridad de la cocina industrial. Sin embargo, el gesto bien merece un cálido agradecimiento por mi parte.
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