miércoles, 4 de junio de 2014

Siempre nos quedará la tarta de zanahoria

Hay combinaciones imposibles. Es un hecho refutado y demostrado que, sin embargo, algunos iluminados se insisten en comprobar. El resultado final puede ser absolutamente desastroso. Sin embargo, siempre nos quedará la tarta de zanahoria.
Hace tiempo que hablamos y comentamos una empanada que guardaba en sus entrañas como un tesoro inaudito una tortilla de patatas. Esa combinación sí. La tortilla de toda la vida, con sus patatas fritas y su huevo bateado y batido, su punto de sal y el cariño de la cocinera hacendosa. El siguiente paso consiste en vestir la tortilla en cuestión, ya hecha, por capas y capas de fino hojaldre. El horno hará el resto. Así sí. Fantástica suma de resultados que hacen las delicias de los afortunados catadores. Así sí. Pero bueno, siempre nos quedará la tarta de zanahora.
 
Sigamos con nuestras arriesgadas combinaciones... No hace falta insistir aunque todavía son muchos los incrédulos que, como Santa Tomás, insisten una y otra vez en meter el dedo en la llaga. No sé qué pretenden, sus oídos sordos y sus ojos ciegos, sus mentes bloqueadas ante la evidencia inapelable del desayuno perfecto y calórico. El lunes no es lunes cuando se almuerza un buen café, espeso y cargado, acompañado de una tortilla: fría o caliente, a elección del consumidor. Confiamos en la capacidad de decisión y en la inteligencia de los lectores. Es una auténtica bomba de energía que nos infundirá ánimo y nos permitirá mirar a los ojos a nuestro jefe y superior mientras le cantamos su ineptitud y su estupidez infinita. Así sí. Pero bueno, siempre nos quedará la tarta de zanahoria.
No tenemos miedo al dulce y salado en combinación gastronómica. De hecho, la tarta de zanahoria es uno de los manjares más exquisitos y evocadores que recordamos. La tarta de zanahoria nos remite a desiertos infinitos gobernados por el calor seco y asfixiante de los meses de agosto. A la cubertería de plástico y las raciones individuales to take away. Nos recuerda a Jane, a Ruth y Mary Joe cargadas de viandas y avituallamientos, apresuradas por escapar de los rigores de una naturaleza áspera. Pero la tarta de zanahoria nos transporta, también, a latitudes extremas. A cristaleras ahumadas e imágenes de puertos profundos y mares helados, de reflejos dorados y de azules intensos. Algún barco cansado que atraca y descarga, con manos fornidas (pero bien cuidadas e hidratadas) su captura suculenta y sonrosada. Escenas de a un euro el café, en gran vaso de cartón caliente, y una ración de tarta de zanahorias mientras la nieve cubre la ciudad gris y triste, azotada por un viento eterno pese al refugio de las montañas. Pero bueno, siempre nos quedará la tarta de zanahoria.
El reino de las tartas de zanahoria se limita a grandes supermercados, algunas cafeterías modernizadas y los coffee shop que, de vez en cuando, abundan por nuestra geografía. Comparte pasarela con pastelería fina, productos de bollería, artesanal en la mayoría de los casos, y con productos más propios de las mañanas adormiladas que de las noches. Junto a ella, a veces, aparecen sin disimulo algunos innovaciones atrevidas que deberían haberse quedado en simple proyecto del arriesgado cocinero o cocinera. En esto de mezclas y combinaciones, debemos dejarnos llevar por único consejero, el estómago. Es algo sumamente visceral y primario, que atiende a una función tan animal y primigenia como la de obtener sustento. Si tu estómago no te pide que hagas un bocadillo de tortilla de patatas con cruasán..., no lo hagas.
Espíritu aventurero por bandera, pedimos cruasán con tortilla de patatas. Ejemplar tortillero seco y sin gracia, de excesiva geometría y rígido encuadramiento de esquinas amenazantes. De hecho, nos atrevemos a afirmar que se trata de algún tipo de producción industrial sometida a la tiranía de la huevina. El cruasán a modo de bocadillo. El resultado, excesivo y pesado, grasa sobre grasa. El choque de lo dulce con lo salado se perdió en la pesadez calórica del pequeño postre - aperitivo. Su única ventaja, solo para estómagos delicados, su capacidad de repetirse hasta el infinito con una desagradable acidez y una pesadez insoportable...
Sin miedo y sin complejos. Hay veces que es preferible hacer oídos sordos e ignorar una tortilla. No porque veamos una tortilla vamos a tener que abalanzarnos sobre ella como si no hubiésemos comido en nuestra vida. Por eso, consejo final: 1) observa el bocadillo de tortilla en cruasán; 2) busca en las cercanías una tarta de zanahoria; 3) ignora el bocadillo de tortilla en cruasán; y 4) pide una buena ración de tarta de zanahoria y viajar hasta desiertos de fina arena y puertos marinos bañados por el sol. Pues bien, siempre nos quedará la tarta de zanahoria.
PD: Es de bien nacidos ser agradecidos. El Trencat ofrece uno de los pocos cafés dignos de la ciudad de Valencia. Y la pastelería merece toda nuestras alabanzas, una auténtica maravilla no apta para los que estamos sujetos a la tiranía del régimen (pero un capricho de vez en cuando...)

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