Bodegón de presentación de la mejor tortilla de Valencia (posiblemente) Fotografía: TT |
El oficio del cronista es básico dentro de su complejidad. Tildar con grandes adjetivos los titulares y emplear con profusión el superlativo para provocar asombro y curiosidad en el ávido lector. En cuestiones gastronómicas suele suceder lo mismo. Los críticos no se conforman con medianeces y mezquindades y suelen enfrentar en sus crónicas los más elaborados y suntuosos platos o las abominaciones culinarias más impresentables. Nunca he entendido el olvido en los recetarios y los grandes rotativos de aquellos pequeños locales hosteleros que, dentro de su ingenuidad y de las limitaciones impuestas por cuestiones de recursos, componen verdaderas odas y melodías llenas de ritmo y armonía. Y muy de vez en cuando, algún loco periodista local se aventura por las callejuelas de los antiguos barrios de las ciudades anónimas y en un pequeño rincón descubren auténticos tesoros de los que se consideran mentores y protectores.